Miraflores. Ciclistas inician recorrido desde la Bajada Balta
Por: Senna Gonzalez
Dos jóvenes se encuentran en el circuito de playas, mejor conocido como la Costa Verde, con la intención de pasar un fin de semana diferente. Rodeados de ciclistas, skaters, familias, y transeúntes reflexionan acerca de las nuevas costumbres.
La libertad se siente en la brisa del mar. Lima, una ciudad conquistada por los autos, ha cedido sus pistas a una renovada cultura ciclista. La Costa Verde se levanta como el corazón latente de quienes anhelan un respiro, una pausa a la rutina sedentaria, al encierro. Personas de todas las edades y bicicletas de todas las marcas inician un recorrido que va desde La Punta hasta Chorrillos; sin embargo, no todos completan el circuito. Los avezados prefieren la bajada de Armendáriz, en Miraflores, para realizar sus trucos. Cuatro ruedas, pie trasero de lado. Dos ruedas, pedaleo continuo. Posición correcta, desliz y velocidad. El único requisito: no vale frenar. La bajada de Armendáriz representa la intrepidez, es domingo pero parece sábado por la noche.
Las familias aprovechan la prohibición de los vehículos particulares para bajar a la playa. Disfrutar del sol, de los pelícanos. Las piedras rebotan en la superficie del agua, una técnica que se adquiere con los años, pero más que nada con el juego. No obstante, la libertad del momento recuerda su propio límite en el distanciamiento, en la respiración entrecortada por la mascarilla, en el gel limpiador de manos, pero sobre todo en el miedo al contagio.
Para llegar a la Costa Verde, escoge las calles paralelas a la Benavides. Las avenidas principales lo aterran, porque no todos manejan a una velocidad prudente, ni mucho menos respetan las señalizaciones. Gustavo llega hasta la intersección de Benavides con Panamá y voltea a su izquierda. No muy lejos de su destino, piensa en el futuro. “Una vez que el virus pase, la fiebre ciclista se irá con él”, deduce. Como única salida y momento de respiro, las personas se aferran al deporte, principal liberador de toxinas. Los planes han cambiado, a falta de cines, bares y discotecas, los limeños se refugian en los parques, en la orilla del mar, en las actividades deportivas. Gustavo lo sabe porque él mismo volverá, porque es consciente de que tanto la Costa Verde como su bicicleta formarán parte del álbum de los recuerdos. El año de la pandemia.
El sonido de las ruedas contra el asfalto le indican su cercanía. A menos de 25 metros divisa la bajada de Armendáriz. “La bajada del diablo”, piensa Gustavo. Ahí, donde la valentía encuentra el temor, los jóvenes practican sus trucos. Vueltas sobre el mismo eje, saltos, videos para Tiktok, solo los avezados bajan sin mantener la mano en el freno, sin pensar en las consecuencias. Pero Gustavo no es uno de ellos. Siempre cauteloso con la velocidad, baja con cuidado y observa su alrededor. No ve muchos cascos, ni ropa clara. En conclusión, no ve protección. Al no existir una cultura de ciclismo urbano apropiada, las personas ignoran los accidentes pensando que jamás les ocurrirá algo, como también ignoran sus responsabilidades.
La brea adquiere una tonalidad rojiza. Gustavo distingue una pierna ensangrentada a su lado izquierdo. Un ciclista le reclama, entre algo furioso y asustado, a un skater tumbado en la pista. El accidente habría sido ocasionado por el segundo, quien en su afán de correr toda la bajada sin frenar o prestar atención a los de al frente, habría chocado contra la bicicleta del señor, quien venía de subida.
No es hasta que Gustavo se encuentra con su amiga, Daniela, que comprende una cosa: la Costa Verde podría ser el nuevo foco de contagio.
Daniela, a diferencia de su amigo, está acostumbrada a las vicisitudes del circuito de playas. Más de una vez ha recorrido Miraflores, Barranco y Chorrillos en un promedio de dos horas. Para ella, la Costa Verde es ese lugar donde bajan los que acechan recuerdos o momentos para evocar en el futuro.
Porque la pista, usualmente separada para los autos, ahora les pertenece. Porque no hay kilómetro que no quieran recorrer y porque, al igual que la brisa del mar, también se respira el deporte.
La música es otro factor importante. Los audífonos te separan de la realidad y te hacen menos alerta en un espacio con otras mil personas manejando. Por eso es que Daniela lleva su parlante, lo coloca en su canasta delantera, y acompaña el clima soleado con su lista de canciones favoritas. Tantos ciclistas reunidos en un mismo lugar provocan una reflexión, “¿cómo debería vestir un ciclista?”, se pregunta Gustavo. “Siempre ropa clara o reflectiva para la noche. Además, es vital que tu bicicleta tenga luces traseras, así los carros te notan más. Y no, evita usar audífonos”, responde Daniela. Los amigos miran una vez más hacia su lado izquierdo, donde se halla el mar, la brisa. Y sonríen.
Para pasar un domingo en la Costa Verde es necesario saber que habrá accidentes, que no todos respetan una velocidad prudente, que algunas personas se bajan las mascarillas y otras se juntan en el parque. Pero también es crucial entender que en un futuro no habrá domingos como este, que la fiebre ciclista puede desaparecer tan pronto como surgió, que las pistas volverán a los carros y que el tráfico será nuestro nuevo y conocido encierro.